(Por Naiara Vecchio, Franco García, Maximiliano Busti)
A pesar de los diversos proyectos, la violencia en el fútbol es un fenómeno que parece no detenerse. Ya suman 230 las víctimas fatales desde el inicio del profesionalismo. Mariano Bergés, ex juez de la Nación que estuvo a cargo de varias causas relacionadas con los incidentes en el fútbol y lidera la ONG Salvemos al fútbol, señaló algunas características de la problemática.
Durante la tarde del 2 de noviembre de 1924, se disputó la final del Campeonato Sudamericano entre Argentina y Uruguay, en Montevideo. Por la noche, tres simpatizantes argentinos fueron al Hotel Colón para alentar a los jugadores y un hincha uruguayo que pasaba por el lugar quien, alcoholizado, los provocó. A pesar de los diversos proyectos, la violencia en el fútbol es un fenómeno que parece no detenerse. Ya suman 230 las víctimas fatales desde el inicio del profesionalismo. Mariano Bergés, ex juez de la Nación que estuvo a cargo de varias causas relacionadas con los incidentes en el fútbol y lidera la ONG Salvemos al fútbol, señaló algunas características de la problemática.
En la discusión, en la que incluso participaron algunos integrantes del plantel argentino, se sumaron hinchas uruguayos. El conflicto empeoró y se conformaron dos bandos que se tomaron a golpes de puño en pleno centro de Montevideo. Todo concluyó cuando Pedro Demby, un uruguayo de 24 años, empleado bancario, recibió dos mortales balazos en medio de la trifulca.
En octubre de 2008, Adrián Roberto Brito, un tucumano de 14 años murió asesinado. Cuando uno de los líderes de la barra de Atlético de Tucumán estaba en su casa festejando el cumpleaños de 15 de su sobrina, al menos cinco autos con integrantes de “La Banda del Camión”, simpatizantes identificados con el adversario deportivo San Martín de Tucumán, llegaron al frente de la vivienda y comenzaron a dispararles. El chico quedó atrapado en el tiroteo y fue alcanzado por un proyectil que le atravesó el cuello.
Desde 1924 hasta 2008, luego de 84 años, nada parece haber cambiado. Ya suman 230 las personas que murieron por la violencia en el fútbol. ¿Cuántos asesinatos quedaron impunes? Ciento noventa y siete, aunque el número aumentaría si se tiene en cuenta que más de la mitad de los condenados fueron sobreseídos y las causas, archivadas sin resultados. Mariano Bergés, ex juez de la Nación y actual presidente de una asociación civil sin fines de lucro llamada “Salvemos al fútbol”, aseguró que “la violencia en el fútbol está asociada con la sensación de impunidad porque las autoridades del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial, no atinan a dar una solución al problema. La impunidad es lo que hace a los violentos en el fútbol”.
Desde la aparición de las barras bravas en la década del 60, a partir del incremento de la violencia política argentina, la cantidad de víctimas por violencia en el fútbol fueron aumentando notablemente a lo largo de los años, especialmente durante la década del 80’ cuando comenzaron a tener más poder y decisión dentro de los clubes de fútbol. A pesar de esto, se instalaron en plenitud en los años 90 con la violencia en su pico máximo de expresión.
El barra brava no es un hincha común. Puede ser desempleado o profesional, robar o trabajar, pero todos tienen algo en común, algo que los homogeiniza: el “aguante”. Para algunos, esta gente forma parte de una facción de la hinchada de un club, y lo siguen a todos lados a donde juegue. Esto se les facilita con la ayuda de las instituciones y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), quienes les proporcionan micros, entradas y, muchas veces, dinero. Para otros son simplemente un conjunto de personas que se dedican a cometer delitos y que degradaron al deporte más popular de la Argentina. Son el fanatismo en su máxima expresión y ese es el mayor problema. “(…) Ningún extremo es bueno. Yo creo que el fútbol hace que la gente se vuelva loca por el club o quiera pelearse con alguien, o discutir hasta llegar a matar como son los barrabravas”, enfatizó Pablo Andrés Alvarado, ex jugador de San Lorenzo de Almagro. Hoy en día, las más violentas facciones de las hinchadas convirtieron lo que alguna vez fue pasión por el fútbol, en una verdadera profesión; y muy bien remunerada.
La justicia y su ausencia.
Generalmente las barrabravas accionan en forman de emboscada, es decir, en pequeños grupos armados y organizados por un jefe que decide cuando “ir al frente” ante un grupo antagónico. Son la cara visible y los primeros en caer ante un enfrentamiento entre hinchadas quienes semana a semana se baten a duelo para ver cual es la que tiene mayor “aguante”. Habitualmente, este ranking imaginario está relacionado con tres aspectos. Primero con las peleas que se dan antes, durante y después de los partidos. Segundo, con las marcas en el cuerpo que son los trofeos de los barras. Tercero, los enfrentamientos con la policía, que son los que otorgan una mayor cantidad de puntos.
Como en todos los grupos organizados, existen “códigos”. Algunas de las máximas entre los violentos son ‘no usar armas de fuego’ en los enfrentamientos entre hinchadas, ‘no robar banderas en otras situaciones que no sean de pelea’, ‘no herir a gente inocente’ y el más importante y respetado, ‘no denunciar’. A pesar de esto, cuando el ego de las hinchadas se ve afectado por las acciones de una barra contraria, los códigos parecen nunca haber existido y el fútbol se tiñe de luto. Fue así como el 15 de marzo del 2008, Emanuel Álvarez, un hincha de Vélez de 21 años, fue asesinado con un balazo. A la altura de “La Quemita”, polideportivo del club Huracán, uno de los 40 micros que habían sido aportados por la institución velezana para que sus hinchas se trasladen desde Liniers hasta la zona del “Bajo Flores” para jugar contra San Lorenzo, fue emboscado.
A pesar de que la caravana estaba custodiada por la Policía Federal, se efectuaron varios disparos que provinieron del interior del predio y uno impactó en el cuerpo de Emanuel. El partido, que iba a disputarse a las 17, pero fue suspendido por el árbitro cuando llegaron al estadio las noticias de que un simpatizante del equipo visitante había muerto. “(…) No sabíamos qué pasaba. La verdad es que era un hecho como para parar el partido… Es una lástima que la gente llegue a matar por el fútbol ¿no?, pero bueno…ojalá que se termine”, expresó Alvarado.
Las barras, que expresan su fanatismo a través de la violencia, son los principales precursores de los incidentes en el fútbol. Pero no son los únicos. Los ineficaces controles policiales y la escasa importancia que los dirigentes de los clubes le dan al tema de la seguridad (¿o será el miedo de ponerse a los Policías en contra?), hacen que la violencia y la inseguridad, tanto dentro como fuera de los estadios, sigan acechando fecha tras fecha. También se puede vincular a las barras con los futbolistas profesionales.
Cuarenta pesos es lo que gana por hora un Policía de la capital para cubrir un partido. Es decir, $300 por mes. A pesar de esto, en la mayoría de los casos, no asisten todos los uniformados que son pagos. Por orden de sus superiores figuran en el operativo a pesar de no concurrir a la cancha, cobran como si hubieran trabajado y la plata se la dan a los oficiales. Los jefes policiales, gracias a la violencia en el fútbol, reciben un sueldo extra por mes. Entonces, ¿a quién le conviene la violencia? La muerte de Ramón Aramayo, acaecida el pasado 20 de marzo en las inmediaciones del estadio José Amalfitani en la previa del encuentro Vélez vs. San Lorenzo, es posiblemente uno de los ejemplo del mal desempeño policial a la hora de prevenir. Presuntamente, cinco efectivos de la fuerza esposaron a Aramayo y lo golpearon hasta producirle la desestabilización (la autopsia determinó que el deceso se produjo por un edema y una hemorragia pulmonar y cerebral) que finalizó con la vida del hincha azulgrana. La mujer de la víctima, Mabel Flores, le apuntó directamente a las fuerzas del orden: "Los amigos dijeron que la policía le pegó y lo dejaron tirado ahí".
Es ilógico pensar que los encargados de preservar la vida de la gente dentro y fuera de un estadio de fútbol, sean los mismos que negocian y dejan zonas liberadas, para potenciar la probabilidad de un choque de barras, donde puede morir cualquier persona. “Una buena parte de la Policía está involucrada en ‘alianzas’ entre dirigentes y barrabravas, o eventualmente se trenzan directamente con estos últimos”, comenta Mariano Bergés. También es ilógico pensar que por un par de billetes son capaces de incitar, aun más, a la violencia. “(…) También tiene que ver la Policía porque ellos necesitan que haya un poco de violencia para así poder pedir que vayan más policías a la cancha y cobrar más”, aseveró Alvarado.
A pesar de que parece que los clubes son víctimas de la estafa policial y la violencia en el fútbol, de alguna manera, ellos también son cómplices de la degradación del juego más popular de la Argentina. Financian a los barrabravas, les pagan los micros para los días de partido y, al igual que la AFA, les dan entradas para la reventa, además de los múltiples negocio que regentean vinculados con la droga y la protección para referentes o funcionarios políticos. A esto se le suma que, “como el negocio está cambiando, la relación no solo pasa por la entrega de alguna remera, o la ubicación en algún sitio preferencial del estadio, sino que por el contrario, ahora los barras pretenden participación en jugadores, y asimismo, que se le de participación en algunos negocios del club. Un ejemplo concreto de esto es la hinchada de Boca Juniors que, según se sabe, controlan el estacionamiento exterior al estadio”, explica Bergés.
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